lunes, 28 de noviembre de 2011

El imperio de la resignación: el bullying en la sociedad y las escuelas




No podemos existir sin interrogarnos sobre el mañana, sobre lo que vendrá
a favor de qué,en contra de qué, a favor de quíen, en contra de quién vendrá;
sin interrogarnos sobre cómo hacer concreto lo inédito viable
que nos exige luchemos por él

Paulo Freire




Cuando los niños quieren actuar como adultos suelen imitar lo peor de éstos, y cuando los adultos se comportan como niños, suelen también tomar lo peor, y reproducirlo. El bullying es una conducta de la sociedad, que se reproduce en las escuelas, con terribles efectos y que parece, de antemano difícil erradicar. Las causas de esta dificultad no está en otro sitio que dentro del corazón de las propias instituciones, que al no enfrentarla y combatirla, la toleran, la permiten y la favorecen, desde un silencioso pero muy expresivo consentimiento.

“El que calla otorga” reza un dicho popular, y cuando hablamos de violencia y de conductas violentas es más verdad que nunca. Quién ha tenido que enfrentar una situación de este tipo va a reconocer ciertas conductas que son ineludibles, como todo, el bullying tiene ciclos, forma parte de un proceso, social e institucional que atraviesa diferentes etapas. Mucho se ha escrito sobre la prevención, sobre la identificación de los casos y demás, pero yo quiero centrarme en ver qué pasa cuando el hecho ya está instalado, qué se hace, qué se debe hacer, cómo y por qué.

Una madre (o un padre, o un trabajador social) se dirige a la escuela donde concurre su hijo, que está siendo victimizado por un grupo de niños. Pide hablar con la directora (o el director) y le comunica que hará la denuncia en la justicia, los pone al tanto de lo que sucede. Ahí comienza el largo y accidentado periplo que debiera llevar a la solución del conflicto, pero lejos está de suceder eso.

La justicia escucha, cumple con su papel de “hacer papeles”, que pasan de mano en mano, van desde el juzgado al fiscal, del fiscal a la defensoría, donde los funcionarios analizan y estudian el caso, pero revisan la ley y el código de arriba a abajo: no constituye delito, por consiguiente, lo que se pueda hacer se hará si hay voluntad de las partes implicadas, victimas, victimarios, y observadores más o menos parciales.

La escuela piensa, dice, expresa y actua en concordancia con la idea de que el papá o la mamá que vienen a plantear que su hijo está sufriendo (y la elección de la palabra sufriendo no es casual) esa situación, viene a traer un “problema”, y ellos, problemas no quieren: “demasiado tenemos nosotros que tenemos problemas mucho más graves que esos para resolver”, mucho más graves, dicen, menospreciando de manera increíble las nefastas consecuencias psicológicas del acoso, pero hasta que no vean correr sangre, será para ellos un problema menor, y ellos tienen que resolver otros, están para otras cosas. Yo me permito dudar de la capacidad institucional de resolver otros problemas, que se conoce existen y que no se resuelven tampoco, violencia doméstica, abusos sexuales a menores, etc. etc. etc.
Y si llegara a ocurrir una reunión de padres para hablar del tema, por insistencia de los mismos padres, la respuesta que la escuela le dará a los molestos padres será el cambio del niño de institución, sumando a la violencia sufrida por acoso, otra más...y todo esto sin pedir asesoramiento a un terapeuta, psicólogo, psicopedagogo, nada.
A esta altura los padres, viendo el estado en que el niño llega cada día de la escuela recurrirán al defensor de menores, a pedirle un amparo para que termine el año libre. Imposible. Porque se estarían vulnerando los derechos declarados en la convención internacional. Bien. Y qué con los otros derechos? Si el padre o madre no está desesperado al llegar a este punto, no sé cuándo lo estará...con qué se sigue cuando ya tenés todas las puertas cerradas?

Las poderosas e indignantes distancias entre lo que se dice y lo que se hace llega a puntos intolerables, donde no sólo las instituciones hacen nada ante los casos de acoso, sino que además, pueden hasta llegar a aportar su granito de arena para hacer más dificil la vida del acosado.
Si yo les cuento que un profesor llegó a tratar al mismo niño del relato de “marica” usted diría que yo estoy exagerando? La realidad llega a superar a la ficción y a la imaginación desbordada del más creativo de los escritores. No es que todos confabulen para acosar, pero si es cierto que cuando los que tienen el poder para cambiar las cosas no lo hacen, porque no les interesa o porque se ahogan en un vaso de agua, no solo victimizan alumnos, victimizan a los padres, a los propios docentes que conocen que esto pasa y que querrían cambiar la situación, pero son silenciosamente perseguidos, sugeridos, conminandos a callar, ya que si hacen algo que deje en evidencia la inacción de los otros...se arma una inmensa maquinaria que no hace más que terminar acorralando a las víctimas, y ya se sabe que la persona acorralada atacará, aunque sea un niño. Si sus defensas, autoestima y carácter lo permiten, se rebelará ante la circunstancia; si ya han destruido esas defensas querrá morir, o matar, la sangre habrá llegado al río finalmente y estaremos en el estadio al que yo llamo “qué barbaridad”, donde empezarán las pasadas de factura, las pasadas de mano en mano de las responsabilidades, qué barbaridad, a lo que hemos llegado no?

Al inicio decíamos que cuando los niños quieren imitar a los adultos, lo hacen tomando lo peorcito, la crueldad, la burla, la agresión; y los adultos, que a veces actuan como niños, se pasan la responsabilidad, miran para el costado, y asesinan cruelmente lo que deberían cultivar, los mejores dones, la maravillosa diversidad e imaginación infantil, que no puede crecer ni desarrollarse cercada por el miedo, acorralada por los fantasmas de la crueldad.

Si el niño acosado ha sido educado en no devolver violencia con violencia, cargará varios incómodos motes, por parte de los otros chicos, por parte de los padres (“yo le digo que se defienda, que no lo tomen por estúpido”) y, desde el silencio y la complicidad, de la escuela, que no lo dice pero lo piensa y lo tolera...forma parte de los discursos secretos, que se escuchan como un rumor sordo por debajo de tanto discurso estereotipado, de tanto lugar común. Basta escuchar los valores que se invocan en los discursos de comienzo de año, o de fin de año, para escuchar debajo de esos tiples crispados de hipocresía, lo que verdaderamente se dice. Exactamente igual sucede con los padres, que no pueden avalar discursivamente y en público, la violencia que ejercen y que les es ejercida en privado. No creo decir nada nuevo al hablar de los altísimos índices de violencia doméstica que tienen nuestras sociedades. ¿De qué nos vamos a asombrar entonces de que los niños hagan efectivo, pasen al acto esa violencia inexpresada y secreta?.Ellos son el síntoma de una enfermedad social que hay que tapar, porque la solución implica movernos de un lugar cómodo hacia otro que quizás nos implique reacomodamientos.

Sócrates creía que sólo aquel que conoce el bien es capaz de realizar el bien; quizás aquellos que desconozcan el daño que provoca el acoso , no hagan nada para evitarlo en su ignorancia; pero aquellos que tienen la obligación de saberlo, por su oficio y por su vocación, deben actuar. Y no esperar a que los padres lo reclamen. Los niños deben tener a quién acudir en caso de sufrir acoso, porque las consecuencias son terribles, a corto, a mediano y a largo plazo.
No es posible seguir mirando hacia otro lado, ni es posible atacar a aquellos que nos hacen ver una realidad, molesta, pero real.

Yo no pretendo con esta nota ponerme en una situación de pedantería ni de decir qué se debe hacer, simplemente me expreso como alguien a quien le ha tocado vivir una situación límite, y quien por una cuestión de formación, de vocación y de destino, le ha tocado estar de uno y otro lado del mostrador en cuestiones educativas. En esta circunstancia, y ante este límite, uno puede tomar dos caminos: el camino de resolver la cuestión desde el punto de vista meramente personal (yo resuelvo mi caso, mi situación y ya) o tratar de contruir eso que Paulo Freire llamaba “el inédito viable”, sea esto un posible, un posible esperanzador, en prácticas que no avalen la violencia y lo represivo porque partan de la base de que es posible la elevación de lo humano, y que la educación debe propender a eso.
No se hará sin dudas con docentes a los que el niño no puede acudir cuando está en una situación de acoso, no se hará con directivos que avalen esa inacción de los docentes, no se hará con una justicia que se limite a mover papeles entre una y otra oficina, no se hará, o por lo menos no se hará solamente con la buena voluntad de trabajadores sociales, que son perfectamente concientes que más tardan ellos en salir por una puerta para que las viejas prácticas enquilosadas de las instituciones vuelva a alimentar la maquinaria del maltrato y la violencia. Si se hará cuando estas cuestiones se sinceren, se hará cuando se caigan las máscaras de aquellos que trabajan con niños como si trabajaran con tornillos, o con neumáticos de autos. Se hará cuando demos a los niños y a los jóvenes el espacio para que expresen sus dudas, sus temores, sus miedos...Y entonces si habremos dado un paso en serio para prevenir un montón de males sociales. Las crisis son oportunidades excelentes para cambiar, para movernos de esos sitios donde la razón y las prácticas se enquilosan. Aprovechemos las crisis. Abramos la mente y el corazón para el cambio necesario.
Agradezco para la elaboración de esta nota el apoyo de Trabajadores sociales de la Oficina de Protección de Derechos y del Defensor de Menores de Puerto San Julián, fueron ellos y su inestimable apoyo quienes me dieron esperanza para seguir creyendo. Gracias en mi nombre y en nombre de mi hijo por la esperanza.

Claudia Elisabet Sastre

1 comentario:

  1. Desgraciadamente, esta es una manifestación de los valores dominantes en nuestra sociedad, de la inutilidad de la escuela como espacio de educación, del sálvese quien pueda que empezó con la dictadura, siguió on el liberalismo a ultranza y no modifica en nada la demagogia populista

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