miércoles, 2 de septiembre de 2009

La palabra que sana- Rosabetty Muñoz



Conferencia de Rosabetty Muñoz en Esquel Literario 2009

La palabra que sana
Rosabetty Muñoz


Se ha expresado de muchas formas el mismo convencimiento de que “El mundo está hecho a la mala” (frase de Sergio mansilla) y un artista es quien ha tenido la experiencia temprana de sufrir esta dolorosa lucidez. Sí, el mundo está hecho a la mala y el escritor es básicamente un insatisfecho que vuelve una y otra vez sobre esa herida fundamental. La palabra es, en este sentido, un bálsamo y también un bisturí que aparta las protecciones carnosas para mantener a la vista toda la dimensión de la materia enferma, de la llaga y su extensión.
El escritor vive en una realidad mezquina con un hambre de absoluto que define su inconformismo. No le es posible establecer un espacio amable de encuentro entre los límites de lo concreto y su sospecha de un mundo otro que se le ha escamoteado. Mientras más se asoma a los destellos de lo maravilloso que se dejan entrever en algunos momentos de percepción que no siempre puede controlar, más le parece que el mundo es estrecho y miserable. El escritor dedica sus esfuerzos obsesivamente a internarse en la materia viva de ese tejido enfermo que es la insatisfacción armado con la precariedad de la palabra. Y logra, a veces, acercarse a un espacio donde los sueños calzan como las piezas de un trazado original y pleno.
Si la precariedad, el desamparo, la muerte acechando son los puntales de nuestro escenario creativo, entonces, no se justifica victimizarnos por la marginación en que ejercemos el oficio. Lo decía Rainer María Rilke en su Carta a un joven poeta “tome usted sobre sí esa suerte y llévela, con su pesadumbre y su grandeza, sin preguntar jamás por la recompensa que pudiera llegar de fuera pues el creador tiene que ser un mundo para sí y hallar todo en sí y en la naturaleza a la que se ha incorporado”. Si se elige vivir este destino de vigilia permanente ha de ser con entereza, sin nostalgias, sin la perturbación de lo exterior.
Escribir acá, en el sur es apenas una seña más de identidad y tal vez sea incluso una ventaja puesto que tenemos el salvaje espacio natural y despiadado para recordarnos cómo se nos arrojó desde el principio a una vida áspera pero bella. Y tenemos también el tiempo o la ilusión del tiempo para notar las imperceptibles huellas que va dejando su transcurrir. Uno puede aquí usar el ojo (en representación de todos los sentidos) como lente de microscopio para examinar, ver, una sección del tejido en descomposición y dedicarse a su análisis; declarar, recrear, denunciar el estado de la lesión. Reparar incluso ¿por qué no? Las palabras han sido sanación también para algunas sabias comunidades.
Porque la palabra tiene un poder temible: designa, señala, hace visible cuestiones propias de la nebulosa; inaugura, hace que ocurran hechos. A algunos nos criaron en el temor de la palabra, en lo ilimitado de su alcance; en lo delicado de su uso porque a la larga cada sonido escapado de la boca regresa para devolver la fuerza con que fue expulsado. Nos repetían de niños -ese tiempo en que todo se graba- que duele más una palabra y abre canales más profundos que la triste hoja de un cuchillo en la carne.
Cuando, en lo más desesperado del ejercicio literario, se presiente que escribir poesía no tiene sentido, vuelvo a recordar las palabras de los antiguos que sanaban con ellas o condenaban; espantaban males y demonios o exaltaban héroes para modelo de los rezagados. Es cierto que nuestro tiempo expulsa sin pudor a la poesía fuera de la fiesta , también es cierto que los propios escritores suelen vivir la angustia de su pasión aparentemente absurda en una sociedad que desprecia cualquier elemento desestabilizador en su doctrina del embotamiento por el placer, sin embargo, el gesto de escribir es una marca de existencia que pulsa persistente.

Cuando se habla del oficio del escritor, me asalta de inmediato la imagen del imbunche, ese ser contrahecho que comienza siendo un niño al que los brujos raspan el bautismo, es decir, lo arrancan de la comunidad bendita, lo alejan de los llamados a la salvación. A los tres meses de vida le parten la lengua en dos para que no revele sus secretos, sufre después malformaciones y torturas que terminan convirtiéndolo en una mezcla de humano y animal que sólo gime o grita. Pero es siempre un peligro para los brujos porque él ha visto, sabe.

El poeta, como el imbunche, da cuenta de lo desesperado de la existencia y establece que su principio básico es ver y sentir. Está condenado a luchar con la palabra que permanentemente puja por salir.

"Un artista es una criatura impulsada por demonios" dice William Faulkner "no sabe por qué ellos la escogen", continúa pero "tiene ese sueño y ese sueño lo angustia tanto que debe librarse de él". Tal vez yo no lo llamaría sueño, quizás cómo se llama lo que deviene de la materia descompuesta, pero hay un movimiento interno en las profundidades del que escribe que va tomando forma y se derrama ante otros como un impulso vital. La poesía es ante todo vida, por más que la muerte la ronde como pájaro feroz.

Los poetas somos seres frágiles y nuestra materia de trabajo tremendamente exigente; mientras tengamos la convicción de que nuestro único punto de comparación es con nosotros mismos; mientras seamos fieles al principio de escribir bien y seguir haciéndolo a costa de todo; mientras permanezcamos alertas a la realidad sin negociar con el bienestar... entonces los resultados, los galardones, los honores, no nos hará mella sino, al contrario, podremos tomarlos como un reconocimiento que nos une al cúmulo de otros que conviven en la palabra nuestra.

Insisto en que, a pesar de todo, la poesía es vida. Para cuando los perros del mal andan sueltos allá afuera, y la duda nos hace balbucear, este río de voces que somos va dejando un sedimento, caudal de reserva para mejores días. Invito, para terminar estas breves reflexiones, a todos los compañeros en la escritura a decir, con Cyril Connolly "Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea".

2 comentarios:

  1. LA TUMBA SIN SOSIEGO

    Hay asilo en la lectura, en la sociedad mundana, en la rutina oficinesca, en la compañía de viejos amigos y en la ayuda oficiosa a los extraños: pero no hay asilo en un lecho contra el recuerdo de otro. El pasado, la angustia y sus ataques rompen todas las defensas del hábito y la costumbre: tenemos que dormir y, por consiguiente, en las tardes vacías de los finales de semana londinenses, entran los excluidos, los que tenemos que soñar.

    Cyril Connolly

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  2. gracias ana rosa, por el texto de connolly, un abrazo
    claudia

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